CAPÍTULO III
Me costó mucho perdonar a Maese Boleto, pues lo hacía responsable
por ofrecerme voluntario para recoger la raíz de mandrágora. Él aseguró que
sólo había sido ‘mala suerte’, que al no tener ninguna aptitud mágica era
imposible que el fauno me detectara, que había sido ‘un encuentro
desafortunado’. No me quedaba otra que ceder y debo reconocer que, a su manera,
intento compensarme haciéndome partícipe de sus conocimientos sobre hierbas y
otras zarandajas de historia y geografía, lo que me permitía escapar más a
menudo de las rutinas cotidianas como mozo y criado para las que estaba tan
poco dotado.
Reta también suavizó su relación conmigo, apenas me golpeaba
en las clases de música y, en general, todos me empezaron a tratar con un poco
más de respeto, tal vez por vergüenza, tal vez porque ya llevaba casi un año con
ellos.
También reforcé mi empeño en las habilidades de combate y la
paciencia de Enzo comenzó a dar frutos al acompañar mi espadín con un pequeño
broquel metálico, armas que acabé llevando orgulloso en un tahalí labrado con
cinto de cuero rojo, (tenía hasta una pequeña funda en el pecho para el
cuchillito de hierro), que me encargó a medida toda la Trouppe como regalo de
desquite, cuando nos instalamos en la villa de Balendra para pasar el invierno
y ensayar la obra que presentaríamos en el Festival de Igualada en primavera.
Balendra para mí era el lugar más increíble del mundo. Todo
el centro de la villa era de casas de piedra y comercios de todo tipo jalonaban
sus calles empedradas. Más de mil familias vivían en ella y me costaba creer
que existiera en la Heptarquía un lugar más grande, aunque Bartomeu aseguraba
que Igualada era tres veces mayor y Costania, la capital, al menos diez veces
Igualada. En todo caso mi paso por la villa de Balendra supuso uno de los
momentos más intensos de mi vida, digamos que descubrió en mí todos los vicios
de la vida adulta.
*** *** ***
Habíamos alquilado un viejo granero que apañamos para
instalarnos en las afueras, vivíamos allí junto a los carromatos, y hacíamos
representaciones todas las vísperas a las que acudían vecinos de toda la
comarca. Incluso un bardo errante llamado Caspian de Gorvia se quedó con
nosotros compartiendo escenario. Pero nuestro objetivo principal era preparar
la tragicomedia titulada La Venganza del Príncipe Doble.
Y el príncipe era yo. Contaba la historia de un joven
príncipe, cojito por más señas, que heredaba el título tras el asesinato de sus
padres y hermanos. Para sobrevivir debía hacerse el dócil e ignorante y dejar a
su malvado tío las riendas del reino mientras él fraguaba su venganza. En
realidad Lord Fêrgole, el tío fratricida interpretado por Enzo, tenía más papel
que el principito. Y también tenía más peso en la representación su hermano
bastardo, Bartomeu, que conocía
sus intenciones pero jugaba a dos bandas apoyando al príncipe y al tío. Y había
una bruja, Reta cómo no, que transfiguraba en mujer al príncipe para seducir a
Lord Fêrgole y al bastardo y conseguir enfrentarles; cuando me transformaban en
mujer era Morena la que jugaba por el príncipe. También había un noble de un
reino vecino que llega con su hija para casarla con el joven príncipe, un
fantasma con un macabro sentido del humor, la supuesta madre natural del
bastardo y muchos más. Pero la obra llevaba el título del personaje que yo
interpretaba y me sentía eufórico e importante.
Así que un poco subido de energía comencé a visitar las
tabernas y mesones de Balendra. Cuando terminaba un ensayo o salía de una
representación en el granero, con las que manteníamos la Trouppe, lleno de
entusiasmo me dirigía a gastar mis escasas monedas en compañía de los miembros
de la Fabulosa Trouppe y poco a poco, al calor de la pequeña fama que
alcanzamos como artistas, de los elogios femeninos y el vino caliente, alargue
mis estancias hasta altas horas de la madrugada. Balendra era una villa con
muchas posibilidades, yo era joven y la Compañía no tenía costumbre de madrugar
en demasía.
Sólo Bartomeu en ocasiones y Caspian de Gorvia, el bardo
errante que amenizaba los entreactos de nuestras representaciones, solían
aguantar las prolongadas juergas nocturnas en las que participaba gastando mis
pequeños ahorros. Y con el bardo me encontraba la última noche que estuvo con
la Fabulosa Trouppe. La noche en que volví a ver a ‘Caracortada’.
El brillo de la juventud del bardo de Gorvia había sido sustituido
por la experiencia socarrona de un hombre, que con casi cuarenta años, deambula
solo por los reinos vestido con calzas de colores seduciendo a jovencitas que
podrían ser sus hijas y aun sus nietas. Pero como compañero de aventuras
nocturnas no tenía precio. Ni tampoco dinero, todo hay que decirlo.
Una noche fría acompañada de ventisca era la excusa perfecta
para refugiarnos en un sótano donde se practicaba ese maligno juego de dados,
sobre el que me había advertido Enzo en repetidas ocasiones, conocido como
Siete Suertes (o ‘desplumabobos’ en argot) y donde Cáspian aprovechaba para
cantar acompañado del laúd y ganar algunas monedas y vinos adicionales.
Entonaba entonces, lo recuerdo, una cancioncilla frívola de su invención
titulada Perfume de mujer que hablaba de… Es igual. El hecho es que el público
no estaba muy atento al artista y tal vez por ello me llamó la atención un
personaje con una enorme capa de pieles que entró en el local y se sentó junto
al pequeño escenario. Estuvo encapuchado unos segundos mirando atentamente al
bardo y luego, despacito, se descubrió dejando ver una cicatriz rojiza que
cruzaba su cabeza hasta el cogote.
A Caspian de Gorvia se le desencajó la cara, sus dedos se
crisparon sobre el laúd y el sonido discordante de una cuerda al romperse
resonó en la taberna que parecía haberse llenado momentáneamente de ese
silencio que sucede cuando las conversaciones se confabulan para darse un
respiro momentáneo. No terminó la canción. Sin dejar de mirar a Caracortada
bajó del escenario trastabillando y huyó del local. El sonido de las
conversaciones retomó su runrún habitual.
Salí tras él a la calle nevada, lo perseguí en dirección al
puente de salida sur hacia Costania, en dirección contraria a nuestro
campamento. Grité su nombre y sin duda debió oírme pues varios vecinos de la
villa me lo recriminaron mentando a mi madre. Pero no paró y su paso era mucho
más rápido que el mío. Creí haberlo perdido y me senté consternado en la
balaustrada del puente sobre el río que comenzaba a helarse.
No era mucho lo que había averiguado de ‘Caracortada’, tras
la representación en Trehuela, pese a mí insistencia. Sólo que era un servidor
del Maestro Ahuete, nuestro mecenas y que servía de correveidile. Cuando
hablaban de él lo hacían con desprecio pero en su presencia mantenían un
respeto temeroso.
Cavilaba inquieto los motivos del miedo que había reflejado
el rostro de Caspian cuando descubrió al siniestro personaje, hasta que el
sonido de unos cascos al galope interrumpió de mis oscuros pensamientos. El
jinete era el mismo bardo con la cara desencajada que refrenó su caballo frente
a mí.
— Huye Chico, huye. Deja todo y sube al caballo —extendió el
brazo hacia mí para auparme.
— Caspian ¿qué sucede? ¿Quién es ese tipo?
— Si alguna vez entra en tu vida, como entró en la mía… No
siempre he sido un bardo errante chico, hubo un tiempo en que… Aléjate de él.
— ¿Por él viajas siempre de un lugar a otro?
— Por él no Chico. Por lo que representa.
— Pero es el siervo del mecenas de la Trouppe.
— Debí sospechar de la generosidad del señor Monforte.
Entonces estás condenado, tú y los tuyos.
— ¿Qué te hizo Caracortada?
— ¿Caracortada? —Y el bardo rió como un poseso—. Buen nombre
Chico, pero se llama Arnaldo y yo le abrí la cabeza con un hacha. Lo maté. Al
menos por un tiempo. Lo siento por ti.
Y controlando al caballo que resbalaba sobre el hielo partió
al galope gritando —¡Huye, Chico, huye!— Pero me quedé. Algún tipo de
responsabilidad hacia los miembros de la Compañía me hizo correr hasta los
carromatos para avisarles.
— Adelante Chico ¿dónde estabas?
Ante mí toda la Fabulosa Trouppe del Maestro Ahuete reunida
en el viejo granero. Y frente a ellos, con un vaso de vino caliente en la mano,
Arnaldo Caracortada elevando su copa hacia mí con una sonrisa lobuna en el
rostro.
— Siéntate y escucha —continuó el señor Monforte—. Ya
hablaremos tú y yo luego.
Y allí me quede, recibiendo la mirada compasiva de Enzo y la
sonrisilla sardónica de Reta. Y allí me condené escuchando los deseos del
Maestro Ahuete a través de la meliflua voz de su sirviente. Vi el brillo
codicioso de todos los miembros de la compañía cuando Arnaldo Caracortada sacó
de entre sus ropas una botellita de latón repujado y utilizando el tapón como
vaso sirvió a todos un trago de un líquido rojo oscuro en una especie de comunión
con su amo; y vi como todos aceptaban el nuevo encargo y como a mí, casi
hipnotizado por la ceremonia, se
me ofrecía y aceptaba el líquido maldito. Y aceptaba con ello el papel que
tenía que desempeñar en el asesinato del Arconte Rafael.
Supongo que como prueba de mi compromiso me tocó participar
en la trama sustituyendo a Bartomeu, que (como supe después) solía realizar
esos menesteres. Sin mucho esfuerzo me convertí en un criado, un simple paje de
la dama adusta que interpretaba Reta, a quien su bella e inocente hija
acompañaba en su peregrinación de viuda reciente. Y con estos papeles Morena,
Reta y yo mismo entramos en la residencia de invierno del Arconte Rafael,
famoso por su recelo y su prudencia pero generoso y confiado para con dos
pobres damas rurales y su inofensivo paje patizambo.
Tras la cena de la primera noche los ojos del Arconte ya
hacían chiribitas por la virginal (aunque descuidadamente voluptuosa) hija de
la estricta viuda. Al poco, el joven criado ya accedía a los aposentos del
señor en su labor de vigilante de la virtud de la inocente damita y era
sobornado con generosidad para que permaneciera en el gabinete mientras este
sobaba a Morena en el dormitorio contiguo. Así que el inofensivo paje cojito
tuvo tiempo de probar el vino exclusivo del Arconte, ofrecido por él mismo para
que no molestara, y de rellenarlo con el sutil veneno que causaría su muerte.
También se hizo, (más bien se deshizo), con un farragoso tratado económico en
el que se aliaban Borovia y Guîreba en relación a la explotación del bosque de
Almera en detrimento de Runerca, y que se escondía junto a un sello del senado
(que tuve que tragarme para sacarlo de allí) en un cajón oculto tal como le
habían indicado.
Y en menos de cuatro días abandonábamos el lugar indignadísimos
porque el Arconte había abusado de la joven doncella. Salimos montando una
escena en la que el paje, guardián de su virtud, fue golpeado por la vara de la
madre ofendida (esa parte Reta la interpretó magistralmente) que se mesaba los
cabellos con desesperación, clamando por la desgracia que había caído sobre su
familia. Tras un bosquecillo cercano nos esperaba Parfum, que volvió a
transmutar nuestros aspectos en semblantes verdaderos y huimos de la zona de
vuelta a la villa de Balendra. En el balcón de su gabinete el Arconte Rafael se
jactaba con sus amigotes de la hazaña lograda brindando con su vino exclusivo y
personal.
Baste decir que fui incapaz de comer nada sólido durante
muchas jornadas y el mismo vino se convertía en hiel en mi garganta cuando llegaron
las noticias de la muerte del Arconte, anunciada como horrible por su crudeza.
Murió uno de los hombres más importantes del senado de Costania y propulsor del
tratado entre Borovia y Guîreba por el bosque de Almera, echando espumarajos
por las fauces desencajadas, con todos los músculos contraídos hasta romperse
los propios huesos. Buscaron los armígeros de la Guardia Forestal a los
sospechosos del asesinato: una dama mayor de pelo cano que viajaba en compañía
de una joven virginal de claros cabellos y tez pálida, a las que servía un paje
gordo y granuliento. Pero no nos encontraron, Parfum había tenido la precaución
de modificar más que sutilmente nuestro aspecto antes de la aventura, ni tenía
tantos granos ni, desde luego, estaba gordo. Y misteriosamente habíamos seguido
representando nuestros papeles en el granero.
Pese a mis intentos de volver a las rutinas diarias de la
Compañía y centrarme en los ensayos de La Venganza del Príncipe Doble, no podía
quitarme de la cabeza el hecho de que mis compañeros ignoraran, con normalidad
absoluta, lo sucedido en el cercano Palacio de Invierno del Arconte y me
asustaba lo que podía llegar a hacer por probar de nuevo el elixir de
Caracortada. Era un asesino. Uno torpe y asustadizo, rodeado sin ninguna duda
de otros asesinos, pero ellos no tenían escrúpulos. O si los tenían lo
disimulaban muy bien.
Pero el invierno llegaba a su fin y la Fabulosa Trouppe del
Maestro Ahuete pronto estuvo casi preparada para partir hacia el Festival de
Igualada. Sólo quedaba el ensayo final antes de empaquetar nuestros enseres y
partir.
El granero engalanado como un gran teatro, la escenografía y
los telones preparados, el atrezzo dispuesto y un último repaso al texto antes
de enfrentarse a la representación. Sólo faltaba el público, pero nuestra obra
sería un absoluto secreto, apenas una docena de gentes escogidas llegadas de no
se sabe dónde. Algunos claramente no humanos (amigos de Parfum, sin duda) pero
público suficiente para crear la tensión necesaria. Oscuro y música. Un telón
translúcido en proscenio. Tras él, sombras recortadas reproducen el asesinato
de la familia del príncipe. Este despierta con un estallido de luz y música.
Luego el silencio y mi primer verso en la obra…
Decir que mi actuación fue pobre sería quedarme corto. No di
una réplica en su lugar, trafuque sin piedad los versos, tropecé con el caldero
de la bruja y atravesé la ilusión de los guardias de palacio como si no
estuvieran ahí. Mis compañeros transformados en decenas de personajes por las
artes de Parfum avivaban en mí los remordimientos de mis actos pasados y traían a mi cabecita el sufrimiento del
Arconte con el que yo soñaba todas las noches.
Fue un desastre de representación, pero como todos mis
compañeros me hicieron saber existía una Ley Inmutable del Teatro: cuanto peor
era el ensayo general mejor iba todo el día estreno.
Parecía
que lo horrible de mi interpretación auguraba un éxito seguro a La Venganza del
Príncipe Doble en el Festival de Igualada.
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